Una vez, un tabernero me ofreció, tácitamente, un vaso de vino embrutecido por los temblores de una mesa que parecía que era la que se apoyaba en el grueso hombre. Ese vino, dulce pero sumido en la negrura de ese ambiente barroco, me traía sutiles aromas que me otorgaban, al desnudo, recuerdos, dibujados entre claroscuros tenebristas como un cuadro del traumático Goya...
Entonces, cuando la taberna barroca quedó vacía, el hombre enorme cual roble me dijo:
-¿Trasnocha usted?
-No, señor.
-¿Le gusta a usted trasnochar?
-Nunca lo he intentado.
Él se rió, y de pronto me sugirió un cuadro naturalista en la cabeza, por su jocosa risa de bebedor, fumador, y carente de una esposa que le amara.
-Aaaay, le cambiaría una noche mía por una noche suya...
Pero sabía que lo decía por desesperación. Mi mujer vive lejos aún, yo vivo en un lugar oscuro (más aún que ese lugar tan oscuro) donde si quiera veo la cama de día de lo oscuro que es el cielo (que ni alumbra en el más espléndido y más fuerte aliento del Céfiro del verano, caliente y sensual). En mi cama no está ella durmiendo, yo tampoco, y entonces....
-Hagamos un trato.
-No diga más. Observe el transcurso de esta noche endiablada por los mil ojos del cielo endemoniado del verano, y que Hades cueza lo que le plazca. Ahí viene un cliente...y son las 00:00 de la noche.
¿Qué ocurriría si, sin si quiera intercambiarte "el alma" o la persona del otro, sino poniéndose a su lado observando, hallarías el consuelo de una vida en las entrañas sangrantes de la noche?
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